Un grupo de docentes de la Facultad de Odontología de la UBA incorporó al servicio de atención al público un nuevo tipo de sedación consciente. Con esta opción médica que anestesia y tranquiliza en forma segura, lograron mejorar muchísimo la calidad de la atención a una gran categoría de pacientes.
¿Cuáles? Por ejemplo, personas con alguna discapacidad motora o cognitiva, síndrome de Down o algún TEA. Incluso ciertos casos de Alzheimer.
Según los expertos en odontología, su especialidad cuenta con una herramienta esencial para trabajar sin “torturar” a los pacientes: la anestesia que —usualmente— implica dar una inyección en alguna parte de la boca. Esa incomodidad, que dura unos segundos, minimiza el dolor en forma local y le permite al odontólogo llevar a cabo tratamientos importantes como conductos, extracciones de piezas o implantes, entre otros; y sin generar molestias al paciente.
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Todo este tipo de procedimientos —sin la anestesia— serían realmente muy dolorosos.
Pero además, como toda persona que pasó por un tratamiento bucal sabe, estas intervenciones pueden tomar unos cuantos minutos en los que el paciente debe permanecer pacientemente sentado, casi inmóvil, atendiendo a las indicaciones del médico. Esto, en personas con alguna particularidad conductual, no es fácil de lograr.
“Hoy en cualquier consultorio el odontólogo recurre a la anestesia tradicional, donde se da un pinchazo en la boca, en algún lugar cercano de la zona a tratar”, le contó a PERFIL Pablo Rodríguez, decano de la Facultad de Odontología de la Universidad de Buenos Aires. Y explicó: “Esa inyección suele contener un medicamento vasoconstrictor que limita la circulación de la sangre y genera una analgesia”.
En el otro extremo está la anestesia general, donde el paciente pierde totalmente la conciencia, está tendido en una camilla y el odontólogo puede realizar sus procedimientos con tiempo y seguridad. Pero esta situación requiere de un médico anestesista encargado de administrar las drogas que se usan, muchas veces en forma intravenosa, y mantener la concentración durante el procedimiento, además de monitorear en forma permanente los signos vitales”, explicó el decano.
Así, esta opción —para un tratamiento odontológico normal— genera importantes complicaciones logísticas y económicas, entre otras.
Buscando una alternativa diferente, más simple de utilizar y que le sirviera a un amplio grupo de pacientes para los que la anestesia tradicional (el pinchazo) no era una opción posible, desde la Facultad pusieron a punto un procedimiento intermedio: la sedación consciente.
Una salida muy apropiada para tratar a los pacientes que padecen, por ejemplo, un trastorno del espectro autista, síndrome de Down o alguna fobia grave a las agujas, explicó el decano.
Tranquilidad. Con la sedación por inhalación se le suministra al paciente una combinación particular de dos gases: oxígeno y óxido nitroso. Cuando estos se incorporan en el metabolismo, actúan sobre el sistema nervioso central y generan una sedación leve, pero sin pérdida de conciencia que permite el primer nivel de sedación de acuerdo a la clasificación de la Asociación de Anestesiología. El paciente no se duerme, solo se relaja y se disminuye la ansiedad, lo que permite colocar la anestesia local sin que sienta dolor”, explicó Teresita Ferrari, directora del Posgrado en Riesgo Médico de Discapacidad de la Facultad.
“Esta combinación le permite al equipo de odontología cumplir el procedimiento con seguridad y sin generarle molestias. Además, durante el tiempo que se toma, el paciente sedado no se mueve”, detalla el experto.
Vale recordar que esta técnica, si bien hasta ahora no estaba disponible en consultorios públicos de la Argentina, ya se utiliza hace tiempo en otros países, siempre apuntando al tratamiento de estas personas. En Argentina comenzará a beneficiar, en un primer momento, a unos 4.500 pacientes que ya tienen identificados.
Para darle una combinación exacta y segura de gases, la Facultad adquirió un equipamiento especial que se instaló en el Servicio de Atención que maneja la Cátedra de Medicina Interna de la Facultad.
“Por eso mismo, y en los horarios de atención del Servicio siempre tenemos presente, para brindar mayor seguridad, a un cardiólogo”, aclara Rodríguez. Y otro detalle: en ese servicio interdisciplinario también trabajan psicólogos, para que la evaluación y la atención a cada paciente sea la más adecuada.
“Con frecuencia, pacientes que no quieren sentarse en el sillón por alguna fobia, con la asistencia de un terapeuta especializado, logran hacerlo. Por eso usamos psicólogos para mejorar la atención”, reveló.
Rodríguez considera que, con el paso del tiempo, este tipo de sedación se irá volviendo una opción más común para abarcar más casos de pacientes con alguna problemática de este tipo. Y entonces el famoso y futuro “tengo que ir al dentista” será una frase, por suerte, cada vez menos escuchada.
El largo camino para manejar el dolor
E.G.
16 de octubre de 1846: esa fecha quedó marcada como el inicio oficial de la era moderna de la anestesia, cuando el dentista William Morton y el cirujano John Warren lograron extirpar un tumor sin dolor, en el Massachusetts General Hospital, recurriendo al éter.
Pero la búsqueda por mitigar el sufrimiento en las cirugías e intervenciones es antigua. Por regla general y hasta el siglo XVIII, las cirugías se realizaban sin anestesia efectiva. Los cirujanos dependían del alcohol y, frecuentemente, de la inmovilización mecánica (ataduras) a sus pacientes.
De todos modos, hubo intentos. Se sabe que los sumerios, alrededor del 4000 a.C., usaban preparados en base a opio. Un cirujano chino —Hua Tuo— en el siglo II proporcionaba una mezcla de vino y cannabis.
El primer uso de anestesia general registrado ocurrió en 1804 en Japón, cuando Seishu Hanaoka realizó cirugías complejas utilizando un compuesto de hierbas como contenía acónito y estramonio que adormecía al paciente. Pero sus ideas no se extendieron. En 1831 se produjo cloroformo que tenía efectos narcóticos y en 1846 se hizo la primera demostración exitosa de la anestesia general usando éter y óxido nitroso.
Otro avance fue la introducción de la anestesia local —cocaína— en 1877. Y a principios del siglo XX se desarrolló la anestesia espinal y epidural.