Desde mayo y de miércoles a domingos se podrá ver a Julio Chávez en su nueva caracterización. Será Charlie en La ballena de Samuel D. Hunter junto a Laura Oliva, Carolina Kopelioff, Máximo Meyer y Emilia Mazer, con la dirección de Ricky Pashkus. Estarán en la sala Pablo Picasso de La Plaza.
—Tus anteriores estrenos te tuvieron como autor y director junto a Camila Mansilla: ¿por qué el cambio?
—No tengo un compromiso establecido. Tengo el gusto, pero también puedo hacer otros materiales, como pasó muchas veces, así hice Red, Yo soy mi propia mujer, Ella en mi cabeza o La gaviota, por nombrar sólo algunos. Nunca establecí la decisión de hacer solo materiales míos. Puedo dirigir o ser dirigido. Me siento comprometido a hacer lo que me gusta. Las circunstancias de la vida son muy fortuitas. Intentás establecer algo y de golpe la vida te trae una situación determinada y hago otra cosa.
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—¿Qué te interesó de “La ballena”? ¿Viste el film de Darren Aronofsky por el que el actor Brendan Fraser ganó el Oscar?
—No tuve contacto con la producción cinematográfica. Me pareció apasionante como hecho teatral, por lo que plantea y me gustó mucho como situación mágica del teatro que un intérprete pueda construir en el imaginario esta situación que es la obesidad. Siento que requiere de la voluntad del público de jugar a este fenómeno, con la complicidad de un actor. Es atractiva como experiencia humana lo que atraviesa Charlie en estos últimos días de su vida. Tiene que ver con la intención de reparar un daño no voluntario. La vida está llena de cosas con las que nos dañamos y no voluntariamente aunque están las otras, las voluntarias. Los primeros son producto de la inevitable situación fallida que tenemos los seres humanos, sobre todo cuando tenemos que relacionarnos.
—¿Hicieron cambios respecto al texto norteamericano?
—Nosotros no tenemos el vínculo con los mormones como lo tienen los norteamericanos. Lo que a mí me parece interesante es que la obra plantea que en la naturaleza humana no hay una institución que la pueda comprender en su totalidad por más positiva que intente ser, la religiosa, la del psicoanálisis, la sexología o la de los nutricionistas. Todas buscan cerrar en un entendimiento la complejidad que tenemos los seres humanos y por eso fracasan.
—¿Hay discriminación?
—Creo que la llamamos en nuestra contemporaneidad discriminación. Pero si ser discriminado es no poder responder a los pedidos sociales en su totalidad, todos vamos a ser discriminados en un momento, por algo o por alguien. No existe el ser humano que pueda completar el formulario de la totalidad con la diversidad de pedidos que hay. En La ballena se plantea que inclusive la medicina va a tener un límite. Mi protagonista, Charlie dice: “No voy a los hospitales, no me voy a atender.” Él va en contra de una institución que dice que lo más importante es vivir.
—Tu protagonista, por su exceso de obesidad, tiene casi inmovilidad escénica: ¿cómo lo resuelven?
—Aquí hay una inmovilidad física, pero que está muy equilibrada con una movilidad de vínculos, con lo que está sucediendo, pasando y los otros se mueven. Es una circunstancia muy importante en Charlie esta dificultad de poder transportarse y es muy atractivo para mí indagarla. Porque nosotros nos movemos mucho, pero nuestra personalidad se mueve poco. Estamos tan quietos como Charlie. Uno cree que va para acá y para allá, pero en verdad estamos también encerrados en una circunstancia determinada que nos permite una aparente movilidad. Si fuese así, uno no podría entender la reflexión que puede hacer una persona que está en la cárcel y allí puede llegar a comprender algo de la vida.
—Obesidad y homosexualidad son dos temas que se tocan frecuentemente…
—No hay ni un solo momento en el que se queje. No estamos frente a un ser humano que está a disgusto con sus circunstancias, tampoco está contento, No es un ser que se auto compadece. Pide perdón, porque él se considera una persona terrible, porque entiende la dificultad que plantea, que le trae problemas a los otros, pero no pide perdón por la circunstancia de su situación mórbida. En todo caso es el perdón que pide cualquier ser humano frente a su límite. Es un ser que está lleno de culpa, de remordimiento, de responsabilidad y de fracaso porque es un ser religioso que en un punto ha fracasado. Es alguien que ha sido seguramente un hombre de fe y hay algo que se la ha quitado. Todos nos hacemos mucho los cancheros creyendo que estamos más allá de los valores y minimizamos lo que es el respeto, el afecto, la fidelidad y hasta la vida y después tenemos que pagar por eso, que hemos creído que estamos por encima de ese valor.
—¿Cómo es ser dirigido nuevamente por Pashkus, sinónimo de musicales, quien te dirigió en “Sweeney Todd” en el Maipo (2010)?
—Ricky es mi hermano, mi amigo del alma y de toda la vida. Es muy atractivo porque ser amigo no significa coincidir constantemente o tener las mismas metodologías o las mismas formas. En ese sentido, a mí me parece que lo que tiene de hermoso nuestro oficio es que vos tenés tu manera, pero siempre tenés que estar preparado para que un otro cocinero entre en tu cocina y te enseñe otra cosa. Eso hace honor a lo que entendemos que es el oficio, que también es no saber y aprender. No son aquellas cosas que uno resuelve, sino otras donde uno es ignorante, cuando hay que preguntarse y descubrir. Trabajar con Ricky en esta experiencia es sin lugar a dudas poner mi oficio, porque a veces lo desconozco. Con la particularidad de que tenemos observadores que es todo el elenco que de golpe miran un vínculo diferente, pero también forma parte del oficio que ellos van a tener que armar.
—¿Qué se siente al actuar con ese enorme traje?
—Está hecho como los dioses por gente especializada. Ensayo desde el primer día con él. Es fundamental, casi un protagónico, esta falsa gordura es una circunstancia que hace que yo y mis compañeros nos relacionemos de otra manera. No lo uso en todos los ensayos, porque es complicado estar ahí adentro cinco horas. La credibilidad es muy importante y a los actores nos ayuda mucho el vestuario. El teatro tiene esas cuestiones y códigos que hacen que el otro se ponga algo que ayuda a la imaginación.
—En esta temporada se están dando obras de teatro que luego fueron películas como “Druk”, “El jefe del jefe”, ahora “La ballena”. ¿Qué explicación le encontrás?
—Me parece que si hay algo que no nos faltan son dramaturgos. Por el contrario, creo que si ves la cantidad de obras con dramaturgia, inclusive de gente joven en el teatro independiente o como quieras llamarlo me parece que hay una mezcolanza interesante. Discutible como toda mezcolanza y está muy bien, porque el teatro es un espacio de discusión. Hoy la pregunta de qué es el teatro es muy variable. Cuando era chico, el teatro era el San Martín, el Cervantes, el Blanca Podestá, el Teatro del Pueblo eran esas instituciones que decían: “Nosotros somos al teatro.” Hoy cualquiera se transforma en su propia institución y dice: “Yo soy el teatro.” Hace un espectáculo, lo muestra en la casa del primo, con veinte asientos y nadie puede decir: “Esto no es teatro.” En todo caso, va a tener que pasar por una discusión. Me parece que es muy atractivo porque eso produce que muchos hechos se vuelvan muy teatrales y personales, que han surgido de la no necesidad de ser legitimado por grandes instituciones y que en algunos casos se transforman en instituciones.