Los sonidistas y los iluminadores, al igual que todo el equipo de gente que acompaña a los artistas en sus recitales, son una suerte de héroes anónimos a lo que muy pocos conocen y apenas los más fanáticos se detienen en sus nombres en la lista de créditos de un show.
Juan José Quaranta, en cambio, consiguió un status de leyenda viva cuando Charly García lo mencionó al cantar en vivo su versión del rock’n’roll Popotitos en la despedida de Seru Girán en Obras, en 1982: “A mi Quaranta yo le di mi amor, ¡bajame las luces que hace mucho calor!”. La frase quedó inmortalizada en el álbum No llores por mí Argentina.
Quaranta, como le dicen todos, sonríe con orgullo cada vez que alguien le menciona la canción. Integró el equipo de giras de Serú Girán y trabajó con la mayoría de los artistas importantes de los años ’80, cuando era uno de los pocos iluminadores especializados en rock. Además, estuvo con Mercedes Sosa después de su regreso a la Argentina y hasta participó en la visita de Frank Sinatra.
Hoy tiene 76 años y un nuevo motivo de orgullo, a menos de un año de la inmensa satisfacción de haber sido declarado Personalidad Destacada de la Cultura por los legisladores de la Ciudad de Buenos Aires Se trata de la apertura de una muestra con los objetos que fue coleccionando en su taller durante décadas. Lo bautizó DEI Quaranta y es un enorme galpón en Chacarita, más precisamente en Teodoro García 3830.
Su idea es organizar visitas guiadas, inicialmente los domingos a la tarde, en un ciclo que tituló «Un domingo sin tristezas», un guiño a la letra del tema Viernes 3AM de Serú Girán.
«¡Tengo tantos elementos -exclama- de hace 40 o 50 años, todos bien guardados! Algunos los usaba como material de trabajo y otros son simplemente recuerdos, afiches de recitales y programas. Pero me empecé a asombrar cuando la gente que entraba decía ‘¡Uy, todo lo que tenés!’, así que decidí mostrarlo».
La mención y el velador
Quaranta se ríe cuando se menciona la palabra Popotitos. Recuerda con orgullo la anécdota y cuenta: “La historia detrás de la frase de Charly es que en 1981 traje un equipo nuevo de luces, ideal para Obras, pero un día el manager Daniel Grinbank me pidió que lo usara en un show en una discoteca. Le dije que no daba, pero insistió».
Y explica: «Claro, cuando el spot se usaba a 4 metros de altura en un estadio se lo bancaba, pero en la discoteca estaba a baja altura, y yo lo dejaba prendido mientras buscaba otros efectos de luces, porque las consolas no eran programables. Al terminar, cuando fui al camarín lo vi tirado a Charly tirado con un pañuelo en la cabeza que le salía humo. ‘¡Quaranta, me estás quemando los sesos!‘, se quejó. Y en Obras me pasó la factura con esos versos en la canción”.
Hay más historias vinculadas a esos años intensos, cuando el rock no tenía gran infraestructura ni mucho menos equipos digitales. Pero hay una pieza que se luce especialmente en el espacio DEI Quaranta: el velador de las presentaciones del disco Clics modernos en el estadio Luna Park, en 1983.
Para aquellos shows, Charly tuvo una exigencia especial: quería que todas las luces fueran blancas, sin ninguna de color. Ni azules ni rojas ni nada. Con esa idea como orden, Quaranta armó la puesta, pero se entusiasmó y le propuso apagar todo y dejar solamente un velador para la parte donde quedaba a solas tocando el piano.
A Grinbank no le gustó, pero Charly dijo que sí, que era una idea buenísima y hasta subió la apuesta: quería apagarlo él. «Entonces tuvimos que buscar la manera de encenderlo en el dimmer para que yo lo pueda manejar pero que a su vez él lo pueda usar», explica.
«Eso sí -agrega- era el velador de la mesita de luz de mi señora. Entonces le dije que por favor no lo rompiera porque era de mi casa, pero en el último día se tropezó, se cayó y se rompió la pantalla. ¡Me enojé tanto que discutimos tras el escenario! ‘Lo hice sin querer’, me decía, pero yo le gritaba ‘¡Por eso te pedí que no lo hagas!’. Hoy recuerdo su carita de pedir perdón y me da verguenza tanto enojo».
Pero no termina ahí la historia del velador. «¿Sabés cuál fue la frutilla del postre? Me lo pidieron para el Museo Histórico Nacional cuando se hizo la muestra Los 80, el rock en la calle, que la vieron más de 100 mil personas. ¡Le hicieron un gabinete, lo exhibieron ahí y yo casi me muero!», remata.
A lo largo de la charla, Quaranta subraya varias veces la importancia de Charly en el hecho de subir la vara de calidad en los shows: “Nadie sabe la importancia que tuvo Charly García en la iluminación de Argentina, porque a todo momento iba subiendo de nivel y requiriendo más cosas. Me obligaba a crecer y fue el cliente con el que más me lucí. Exigió mucho, me fue llevando adonde él quería. Fue el primero que pidió que empezaran a iluminar a la gente, ¡porque en esa época se creía que iluminar a la gente con un par mil era un bochorno!».
Mercedes Sosa y el contrabando de lámparas
Según Quaranta, en la Argentina de los años ’80 no se fabricaban luces buenas, porque la iluminación no era algo que se le daba importancia. Ni siquiera se contrabandeaban, asegura, porque en el espacio que ocupaba una lámpara se podían traer varios micrófonos carísimos.
La diferencia de calidad que logró su empresa fue gracias a una artista inesperada: «La señora Mercedes Sosa, conociendo la situación, pidió a sus músicos que antes de volver de los shows en Europa compraran lámparas, las envolvieran con diarios y las escondieran adentro del bombo. ‘Yo sé que usted lo necesita’, me decía».
«Otra vez -se entusiasma- le conté que había visto a Yes en el Madison Square Garden y la precisión me había asombrado porque apuntaban las luces con un láser. Tiempo después, un día vino Mercedes y me dijo que tenía un regalo, y me dio un láser. ‘Usemeló, m´hijo’, dijo. Así que hubo mucha gente que ayudó para que yo creciera y los espectaculares fueran mejores, más cerca de un nivel internacional».
Con picardía, Quaranta recuerda otra artimaña de la época: «Los grupos extranjeros no se iban de Argentina con todos sus par mil, porque yo iba al teatro Ópera, los esperaba a la una de la mañana y llevaba ladrillos, piedras y la balanza de baño. Me fijaba cuánto pesaban las luces, poníamos el mismo peso en piedras en la caja, me los compraba y llevaba. ¡Hasta las gelatinas de colores comprábamos!».
Una época dorada
En la década del ’80 se produjo un vertiginoso avance técnico en la producción de recitales en Argentina. Ocurrió a la par de la popularidad masiva del rock, la exportación hacia Latinoamérica de los artistas más grandes y la llegada al país de figuras de primera línea.
En apenas unos pocos años, los shows pasaron de un nivel de cabotaje a ser realmente comparables a los internacionales, y fue gracias a técnicos/empresarios como Quaranta, que acompañaron el crecimiento local con pasión, entusiasmo desbordante, amor por su oficio y por la música.
«Hoy estoy muy feliz por la profesión -opina Quaranta- porque nosotros éramos pocos y muy jodidos, ¡no nos pasamos información ni contactos entre nosotros!. En cambio si ahora un colega tiene un problema, pregunta a un grupo de Whatsapp si alguien tiene un manual y enseguida aparecen diez o veinte que le dicen ‘Ya te lo mando’. Es más solidario y me encanta».
Haciendo memoria de sus inicios, recuerda que en 1976 conoció al productor Oscar López, que lo llevó a un show de La Máquina de Hacer Pájaros en un club de barrio y le señaló un escenario con tubos fluorescentes y carteles de lata de auspicios de tiendas y bazares. “Necesito cambiar eso”, me pidió.
A partir de ahì, Quaranta armó una sociedad con el iluminador del Luna Park y empezaron a usar los primeros spots, «unos barrilitos de 1000 watts», describe.
Pero nada fue fácil: «Teníamos un problema: los clubes no estaban preparados para poner carga eléctrica. Yo llevaba seis luces de 1000, que era todo mi equipo, y en algún momento antes de la mitad del recital encendía todos y saltaban los tapones y había que parar el show. Esos fueron los arranques».
Justamente con su flamante socio fabricó una consola que hoy se exhibe en el galpón, que apodaron «La Gauchita”. Sólo tenía botones de On y Off, pero con los pulsadores se podían hacer movimientos de luces. «Ahí empezó un primer cambio, super primitivo, pero cambio al fin», asegura.
El siguiente paso fue traer un pequeño equipo de luces de Estados Unidos, pero periódicamente tenía que equiparse más porque las bandas aumentaban su poder de convocatoria y los shows eran cada vez más grandes.
Y confiesa: «Era la peor época para traer cosas de afuera, porque existía una prohibición de los militares para importar luz y sonido, para que no haya actos masivos en plena Dictadura. Tenías que contratar al contrabandista, tener los contactos en la Aduana y conseguir el dinero suficiente, pero así traje una consolita de 16 canales, analógica pero con potes y la posibilidad de programar un par de escenas, además de un seguidor que recién había salido y valía lo mismo que mi departamento».
Quaranta se emociona cuando describe la reacción del público a los efectos de luces: «¡Cuando en los recitales de Serú encendía todo, la gente se levantaba y había una ovación! Creo que era durante Seminare«. También explica que fue toda una innovación comenzar a «dibujar» las luces a través de la ayuda de la neblina del humo que hacían con cloruro de amonio puro.
-¿Qué te parecen los mega conciertos actuales?
-No estoy yendo a los recitales porque soy de la época que miramos al artista. ¡No quiero ver al artista en la pantalla! No voy a criticar nada de lo nuevo, pero tampoco me puedo callar la boca. No entiendo los shows actuales y no son de mi gusto.
-Preferís la emoción de lo analógico, sin luces programadas y sin pantallas.
-Sí. Algo que siempre recuerdo es que el estado de ánimo del público en los recitales era completamente distinto los viernes, los sábados y los domingos. Eso lo teníamos en cuenta para las luces. Los viernes venían entusiasmados, pero cansados de las oficinas y los laburos. Los sábados eran una fiesta total, y los domingo era el famoso bajón. Entonces variábamos: si había mucha alegría en el público, mostarlo y dar luz de audiencia. Y si había poca onda, mantenerla baja.
Eso no está en los manuales, pero todos los iluminadores lo practicamos porque es una manera de ayudar a los músicos. ¿Y qué me hacían los músicos? Me lo retribuían poniéndome en los agradecimientos de los discos y la gente me fue conociendo.