Es un sábado primaveral en Haedo. Hay un hombre sentado al piano que compone melodías. Las teclas hilvanan nostalgia en un romanticismo que lo define. Como le pasó siempre, las ideas fluyen cuando lo atraviesa el amor o el desamor. Esta vez camina en la cornisa entre los dos estados: Guillermo Guido se separó hace cinco meses y está probando una nueva relación. Lo que está produciendo tendrá esa impronta ambivalente. Sin embargo, algo permanece estable, imperturbable. Es su don: su voz.
El hombre sentado al piano ya tiene 64 años, confiesa, pero suelta los mismos agudos al cielo que a los 20 y pico. Su voz no tiene fórmula. Es natural. Casi no la entrena, admite. Simplemente fluye cuando canta sobre un escenario. Donde sea y como sea. Es feliz.
Ahora, en su departamento del conurbano, prueba nuevas canciones y covers para sus shows en cafés concerts, fiestas privadas y teatros de todo el país. En diciembre, se subirá por seis meses al crucero de una empresa italiana para recorrer distintos países de Latinoamérica saliendo desde Europa. Desde hace 15 años es uno de sus artistas estrella.
Guillermo Guido, con sus trillizos Agustín Azul y Abril Foto Maxi Failla Desafiando el karma de la vigencia artística versus el olvido, Guillermo Guido -Horacio Guillermo Ramírez en su DNI- encontró su salida entre la tierra y el mar.
Sobre el agua, la travesía arrancó casi por casualidad. Sin trabajo pese a su extensa trayectoria, Guido se subió al primer crucero en 2007 escapando de una crisis personal. Lo convocaron para reemplazar a un músico que se había enfermado y terminó protagonizando un concierto frente a una multitud.
“La gente me reconoció y me fue muy bien. Al año siguiente ya me contrataron formalmente como artista. Desde entonces me llaman todos los años. Fui ascendiendo de categoría y ahora tengo un rango alto, con los beneficios económicos y de comodidad en la estadía que esto implica”, comparte el artista que nació en Quilmes, arrancó con un dúo en los ’70, debutó como telonero con Olmedo y Porcel, se dio a conocer masivamente gracias a Juan Alberto Badía en los ‘80 y fue elogiado por Sandro en su programa de los ’90, entre otros logros.
Hoy cuenta que lo suyo en altamar es cantar en el teatro principal del crucero que lo contrató. Cada temporada hace dos funciones por noche, en el horario de la cena, frente a unas 1.400 personas. Allí, despliega sus mejores cartas. Las que nunca fallan. El repertorio es siempre el mismo. “Como decía Pepe Parada, los éxitos no se levantan”, se ríe.
Guillermo Guido y un poster de su juventud. Triunfó en «Badía y compañía» y se hizo muy popular. Foto: Maxi FaillaCon el traje de showman, Guido mezcla música con charlas descontracturadas que el público de diversas latitudes festeja. Es aclamado cuando pone en juego su caballito de batalla El hombre del piano, de Billy Joel, en versión hispana. El ritual se repite con el clásico Sobre tu piel de Ignacio Copani, Un arco iris en el alma de Schajris y García, Bailarina de Víctor Manuel y Te voy a perdonar y Que lo nuestro fue de su autoría.
Entre las olas, Guido hace trepar a bordo también a Menta y limón de Roque Narvaja, La distancia de Roberto Carlos y hasta La gallina Turuleca de Gaby, Fofó y Miliki para no dejar afuera a los chicos.
Después de haber pisado tablas muy importantes del país y del mundo asegura que los teatros de los barcos no tienen nada que envidiarle a los mejores espacios de la calle Corrientes. “Las luces, los efectos, las pantallas, el humo… Podés armar lo que quieras. Cantar en los cruceros es maravilloso. Me cambió económicamente la vida”, subraya.
Con los pies en tierra
Los seis meses restantes que está en tierra, crea, ensaya y actúa pero sobre todo es el papá de Azul, Abril y Agustín. Sus trillizos tienen 19 años y ya empezaron a desplegar sus propias alas. Estudian distintas carreras y son muy compañeros con él. Viven a una cuadra de su departamento con su mamá, Mariana.
Ella y el artista libraron una batalla titánica primero para tenerlos -fueron siete tratamientos de fertilización- y, después, cuando nacieron, para que la obra social les reconozca los abultados gastos de neonatología de sus bebés ochomesinos. La movida fue desgastante hasta lograrlo. Se transformaron en un caso testigo.
“Agustín ya hizo el curso de comisario de a bordo. Ahora está cursando el CBC. Azul es diseñadora multimedial y acaba de conseguir trabajo en Los Angeles. Abril quiere estudiar medicina. Compone y canta mejor que yo. Para mí es una artista en potencia, pero no le insisto. Es su decisión. Son los tres increíbles. En estos años subieron conmigo varias veces a los cruceros”.
Guillermo Guido, con sus músicos al terminar un show en el barco. Cuenta que esos teatros no tienen nada que envidiarle a los de tierra firme.Guido habla de los trillizos y se ensancha de orgullo. Le agradece a la vida por tenerlos y a su voz por permitirle darles todo lo que necesitaron y necesitan.
“Gracias a mi voz y a que todavía puedo seguir cantando, pude y puedo mantenerlos y ayudar a su mamá. Si algún día tengo que hacerle un monumento a alguien se lo hago a mi voz”, ironiza. “Si estoy enfermo, se lo digo al público y canto igual. Le exijo y mi voz me responde. Es el reflejo de lo que me pasa. Yo subo al escenario, me lleno de felicidad y eso se transmite», agrega.
Además de a su voz y a sí mismo por “insistir, insistir e insistir siempre”, otros que merecen un monumento -señala- son sus padres, Etna y Horacio que lo bancaron incondicionalmente; Juan Alberto Badía por abrirle las puertas de su programa, un trampolín artístico indiscutido, y a sus músicos, que son los mismos que lo acompañan desde hace 30 años.
“Mi vieja me regaló la primera guitarra a los 15 años. Nunca lo voy a olvidar. Tampoco cuando mi viejo la guardó arriba del ropero y me aclaró: ‘Hasta que no subas las notas en el colegio no te la devuelvo’. Cuando las levanté, me la devolvió y me dijo: ´Te felicito. Vos vas a morir gastando las suelas de tus zapatos en el escenario’. Fue un momento muy especial para mí”, recuerda.
Con el paso del tiempo, aquellas palabras paternas vuelven a su cabeza como un mantra. Guido amaba jugar al fútbol. Estudió abogacía para complacer a su mamá. Todo fue eclipsado por la música que terminó enamorándolo por completo.
Guillermo Guido, junto a sus trillizos, en el crucero donde canta.“La música me dio todo. Conocí el mundo, el amor, la amistad. Estoy muy conforme con lo que logré artísticamente, con el reconocimiento de la gente y de mis colegas. No me puedo quejar”, sintetiza. “La verdad, si lo pienso, me gustaría cantar con Sting”, lanza con desparpajo cuando Clarín vuelve a preguntar por sus sueños en este tramo del camino.
Define esta etapa como la de la “experiencia y madurez”. Ya no corre, no nada ni entrena como hasta los 60. Prefiere disfrutar de una tarde de sol con sus hijos, su pareja y sus amigos, de componer sin tiempo ni presiones de las discográficas e incluso, de la paz que encuentra en la soledad.
“Me veo como un tipo de 64 años, que debería hacer un poco de dieta pero que está entero y sano, que trabaja de lo que quiere, que fue y es coherente. Mi sueño es vivir en paz, rodeado de mis afectos. También deseo que este país mejore, porque es el país que elijo, en el que viven mis hijos y seguramente vivirán mis nietos. En el que están las personas que quiero”, remarca.
Cuando le ganó a Arjona y a Juan Luis Guerra
Guido ya no es el joven que en 1988 le ganó a Ricardo Arjona y a Juan Luis Guerra representando a la Argentina con la canción Todavía eres mi mujer de Carlos Castellón en la XVII edición del Gran Premio de la Canción Iberoamericana, entre otros premios.
Tampoco el que hizo delirar a miles de mujeres hablando de amor entre sacos amplios y camisas entreabiertas aunque el público femenino le sigue siendo fiel. Le queda el recuerdo de su papel como Juan Domingo Perón en Eva Duarte, el musical -en el que fue muy ponderado- y de su actuación posterior como villano en TV.
Hombre de familia. Guillermo Guido, con sus trillizos Agustín, Azul y Abril. Foto: Maxi FaillaGuido no es como el músico perdido en el abismo de la canción de Billy Joel que lo hizo trascender. El hombre que está sentado al piano se reinicia con cada acorde. Su espejo le devuelve a un artista pleno.
Atravesó tempestades personales y laborales, pero ganó en todos los escenarios. No hay tabla de náufrago a la que necesite aferrarse. Canta y se le nota: logró navegar sus propias aguas.
WD