Desde sus inicios, el Palacio Alvear fue planeado como una construcción majestuosa sobre la aristocrática Avenida Alvear (actual Avenida del Libertador). Según consta en el libro de los 100 años de la embajada de Italia en Buenos Aires, los Alvear Ortiz Basualdo le habían comprado sus tierras a Isabel Durañona Villafañe (“excepcionales terrenos que recomendamos a las personas de buen gusto y que deseen tener su casa en el verdadero barrio aristocrático de la Capital”, según el anuncio de remate) y, en el lote número cinco, comenzaron a construir lo que sería la residencia más refinada de su época.
El palacio fue concebido por el mismo Federico de Alvear, un apasionado de la arquitectura e hijo de los creadores del Palacio Sans Souci, Carlos María de Alvear y Mercedes Elortondo. Se dice que Federico emprendió el proyecto a principios de 1920 inspirado en el Hôtel de Biron de París (actual Musée Rodin, edificado en 1730, por Ange-Jacques Gabriel y Jean Aubert) y de manera personal y que solo acudió a profesionales –en gran parte los arquitectos permanecen desconocidos- a la hora de desarrollar aspectos técnicos.
La entrega de Federico de Alvear era tal que dirigió personalmente la construcción desde París donde la familia pasaba largas estadías. Afirman que “por cuestiones de salud” los Alvear habrían permanecido en París mientras se realizaban las obras. Se sabe que Ana de Alvear Ortiz Basualdo, la menor de los cuatro hijos de la pareja, sufrió de asma en su niñez y que por esa causa era tratada en Vichy. Que era una de las razones por las que la familia optaba por pasar largas temporadas en Francia.
En su libro “Los Ortiz Basualdo”, su nieta Luz Santa Colomba (hija de Ana, quien luego se casaría con Manuel Mujica Lainez) detalló que Federico de Alvear había mandado a instalar los planos en su estudio y desde allí dibujaba y organizaba. Que incluso había mandado a construir una maqueta a escala de la residencia.
“En una de las salas del departamento de París había construido una enorme maqueta de la casa, donde mi abuelo, con gran habilidad reproduce a escala los muebles, alfombras, cortinados que adquirían y los colocaba en la maqueta”.
Y es que, mientras estaban en Europa, los Alvear se dedicaban a comprar los muebles para su interior. Grandes pinturas esculturas y valiosos muebles que afirmaran su estatus social y económico, como se acostumbraba en aquella época.
El palacio de sus sueños
A poco de terminarse la obra, con el edificio de estilo francés casi listo para ser habitado, la familia regresó. Fue allí que Federico de Alvear y su esposa Elisa finalmente visitaron el lugar, a casi tres años del inicio de su construcción.
Cuentan en el libro de los 100 años de la Embajada de Italia que lo hacen “ingresando por la entrada principal que se ubicaba a 45° sobre el eje de a casa, de acuerdo con la más pura tradición del Beaux-Arts. Dicha orientación no fue de su agrado, frente a su preferencia por un acceso frontal al edificio, eso habían ordenado”. Muy grande fue la sorpresa de Federico de Alvear quien “se llevó una gran desilusión al comprobar que el frente de la residencia no daba a la Avenida Alvear y que el jardín quedaba deprimido y la fachada no tiene suficiente distancia para ser observada, perdiendo su presencia”, detallaron.
El terrateniente había ideado su nuevo hogar para lucirse magnífico de cara a la avenida más lujosa de Buenos Aires. Con jardines amplios y fastuosos que dejaran que se luciera a la distancia, desde los portones que -como el imaginó y ordenó- se ubicarían sobre la Avenida Alvear (Av. del Libertador) ¡y no de costado, sobre la calle Billinghurst!
Mayor fue su disgusto al constatar que el edificio de sus sueños había sido edificado adosado a una pared medianera…
Sin remedio, los Alvear Ortiz Basualdo vistieron la residencia con todos los muebles y ornamentos que habían recolectado durante los años de construcción y que, según su nieta Luz de Santa Coloma, habían podido traer a Argentina gracias a los estrechos vínculos con el gobierno francés que Alvear había hecho durante la Primera Guerra Mundial. En todo este proceso gastaron un millón de pesos, una suma considerable en aquel entonces.
La vuelta de los Alvear a Buenos Aires se dio en tiempos donde “se encontraban en pleno desastre económico. No se trataba ya de gastos, sino de derroche”, escribió su nieta.
Italia y la revancha de Felisa Ortiz Basualdo
No solo los números no estaban bien en la pareja, también la relación entre Federico de Alvear y Felisa Ortiz Basualdo se había visto afectada en su larga estadía en París. La situación era tensa, más que fría.
Se dice que Felisa Ortiz Basualdo había decidido volver a la Argentina tras una supuesta traición amorosa de su marido en París. Parece ser que la señora se había ilusionado con un Rolls Royce amarillo que su marido había comprado en París y se mantuvo atenta a recibirlo como regalo de aniversario o cumpleaños. Todo hasta que se enteró que en ese modelo fue visto una mañana por el Bois de Boulogne “con Federico y una bella dama el volante”.
No pasó mucho hasta que Felisa Ortiz Basualdo de Alvear viera su oportunidad y se deshiciera de la majestuosa mansión, el edificio soñado de su marido, Federico de Alvear. Algunos afirman que los Alvear “nunca vivieron en la casa”, otros que “vivieron allí seis o incluso solo tres meses”, antes de que Felisa decidiera ponerla a la venta.
“Las leyendas son muchas pero, que la orientación de la residencia no era de su agrado y que las diferencias en el matrimonio pesaron en la decisión de vender la residencia, ambas razones para poner en venta la residencia me parecen acertadas”, sonríe el actual embajador de Italia en Argentina, Fabrizio Lucentini, sentado en su despacho, al repasar con LA NACION la historia de la residencia.
Y es que, invitada a tomar el té en casa de una amiga, Felisa Ortiz Basualdo se enteró por la condesa Erminia Miniscalchi Erizzo, esposa Alberto Martin Franklin, entonces embajador de Italia en Argentina, que los italianos no lograban dar con una residencia donde vivir acorde al rango de su marido.
La dama comentó al pasar que, tras un largo recorrido por Buenos Aires, solo le había gustado una casa en la esquina de Billinghurst y Alvear.
“Yo se la vendo”, le dijo Elisa, sin vacilar. La condesa se sorprendió al saber que, de hecho, se trataba de su propiedad… y más aún al saber que Felisa Ortiz Basualdo no dudaba en desprenderse de ella.
“Decidida, Felisa concretó la venta para hacer frente a las deudas contraídas en Francia. No consideró la opinión de mi abuelo, que prefería convivir con las deudas, los pagarés vencidos y las hipotecas (…) él pensaba que de alguna manera todo se arreglaría. Que venderían otro bien que no tuviera, como esa casa, la impronta de sus sueños”, detalló la propia Luz de Santa Coloma durante un té con el embajador Luzentini y su esposa, Daniela Simoncelli Lucentini en lo que fuera el palacio soñado por su abuelo.
Pero Federico no estaba en situación para solventar las deudas contraídas, así es que Felisa vendió la residencia por “solo” trescientos mil pesos.
La residencia nunca logró ser el palacio de los sueños que Federico soñó, ideó y mandó a construir. En papeles, la compra del Palacio Alvear fue autorizada a finales de 1926 y formalizada en enero de 1927. Así se convirtió en residencia del embajador de Italia.
Cuentan en la embajada que en el documento de compraventa del lugar, el notario dio fe en la presencia de doña Felisa Ortiz Basualdo de Alvear y, en representación de su marido estuvo presente su delegado Mariano Gabastou, a quien Federico de Alvear, indignado aun por la decisión de su esposa, había otorgado un poder.
Felisa y sus hijas se mudaron a la calle Ocampo, apenas a dos manzanas de distancia. Con el orgullo herido, Federico de Alvear se instaló lejos de ellas, retirándose a la finca familiar, el Palacio Sans Souci.
La residencia del embajador de Italia
El palacio no fue inaugurado por Italia hasta 1927 y desde entonces este majestuoso palacio es el reflejo de las relaciones entre Italia y Argentina. En 2018 fue declarado Monumento Histórico Nacional y en 2023, con la dedicación de más de 25 profesionales, el Gobierno de Italia completó el trabajo de su restauración y puesta en valor. “Una contribución a la restauración del patrimonio histórico y cultural argentino”, destacan.
“El Palacio Alvear no solo fue mi residencia, bellísima, como Jefe de Misión. Hoy, el edificio es más que nada un símbolo, una imagen clara e indeleble de Italia y de nuestra amistad con Argentina”, sostiene el actual embajador Fabrizio Lucentini quien reside aquí desde enero de 2022.
“La decoración original de los salones se conserva solo en parte. Al venderla al gobierno italiano en 1924 retiraron la mayor parte de los objetos y boiseries que cubrían los muros. Los Alvear se comprometieron a liberar el inmueble de todos los revestimientos, chimeneas y alacenas, con excepción de la chimenea del comedor y la boiserie del salón principal, de manera que los salones pudieran ser redecorados con mobiliario, objetos y obras de arte de procedencia italiana y convertirse así en el Palacio de la Real Embajada de Italia”, detallan en el libro de los 100 años de la embajada. Un lugar que un artículo de 1927 de Caras y Caretas describiera como “unos de los más suntuosos de la representación diplomática extranjera”.
“Es una de las más bellas, eso es verdad”, confirma Lucentini. “Y es que la residencia debía reflejar la conexión del pueblo italiano con la Argentina. No hay muchas embajadas así en el mundo, tan majestuosas. En aquellas épocas se podía”, sonríe el embajador quien abre las puertas del lugar para celebran las grandes festividades de la colectividad italiana.
No son pocos los que se sorprenden por el estilo francés de la sede italiana. “Era el estilo que predominaba en la época, que se destaca por Buenos Aires. Algunos han creído que el estilo no es puramente italiano, pero por lo menos, es latino y hay que contentarse por ello”, comenta Lucentini sobre la residencia que, en su totalidad ocupa más de 3.000 m2.
“Durante mi trabajo en Argentina, mis dos hijos vivieron aquí -comenta el embajador-. Es más, cuando mi hijo entró por primera vez al lugar, al principio no se sintió cómodo ‘esto parece un museo’, dijo. Y ahora que le tocó volver a Europa a seguir estudiando, lo extraña”, se ríe Lucentini.
La familia habita en la parte superior de la Residencia, donde está el departamento del embajador y la “zona de invitados”. “Pero tampoco es tan grande, hace unas semanas con la llegada de la Primera Ministra Meloni, las dos habitaciones con las que cuenta el lugar no daban abasto para el equipo y la seguridad”, explica Lucentini. Su sector favorito son los jardines. “Me gusta disfrutarlos, pasear y al atardecer disfrutar de un vermut bajo la pérgola”. “También la zona de Palermo, salgo a correr por la ciudad, Buenos Aires de una ciudad bellísima”, destaca el diplomático quien e mediados de 2025 cerrará su misión en el país. El edificio cuenta, además, de una portería y un garaje donde el embajador guarda su moto.
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