Ojos sobre ojos, surrealismo contra surrealismo. La mirada de una nena asoma desde la ventanilla de un tren que porta los ojos, el bigote y el talante inconfudibles de Salvador Dalí. El encuadre de la foto es perfecto porque preserva el enigma y deja fuera de campo aquello que explica tan extraño encuentro. Hasta mayo de este año Bucarest aloja por primera vez una exposición de la mayor colección privada de obras del artista nacido en Figueras, España. Como suele ocurrir, los afiches promocionales se intercalan con la trama urbana; por caso, aparecen sobre los vagones de tren. Y el detalle es que la niña no lo mira a Dalí, el mago surrealista, sino que observa vaya a saberse qué cosa más allá del recorte de la foto y de las vías del tren. Mientras tanto, los ojos del artista nos perforan, con indolencia de aristócrata, a nosotros, meros mortales que no podemos más que dejarnos hechizar.
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