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Los nuevos mandamientos de Sergio Massa y Patricia Bullrich para pelear con Javier Milei y el temor inconfesable de Cristina Kirchner

No caricaturizarlo.

No contrastar lo que dice con voceros de la política ni del establishment.

No meterse con su hermana ni con sus perros ni con su sexualidad.

No burlarse de él ni confrontarlo.

No ponerlo en el lugar del loco.

A 35 días de las elecciones presidenciales, el equipo de campaña de Sergio Massa trabaja en un documento informal que incluye una serie de mandamientos sobre cómo enfrentar a Javier Milei en el terreno mediático y en las redes sociales. Los preceptos hablan de un giro brusco, impensado, que desanda la estrategia que el candidato transitó hasta, incluso, después de las Primarias. La movida va a la par del volantazo que pegó el ministro en la gestión. Massa eligió decirle adiós a las metas que trazó con el FMI. No sabe si será efectivo en términos de votos, pero es parte del último y definitivo plan electoral.

Un plan audaz, peligroso y que desnuda la angustia por llegar al balotaje. El ministro barrió con el Impuesto a las Ganancias, anunció mejoras en los planes sociales, abrió créditos subsidiados, ordenó un bono para los trabajadores, dictaminó la devolución del IVA para los alimentos y congeló las tarifas de luz y gas y las del transporte para el área metropolitana. Dicen que habrá más anuncios. Hoy, mañana y, si lo dejan, hasta el último día de campaña.

“Vamos a incendiar la pradera”, cuentan en el círculo íntimo de Massa. Se desconoce cuál es el sentido que le dan a la frase. El origen está en una carta de Mao Zedong, de 1930, con la que criticó las ideas pesimistas al interior del Partido Comunista. En Argentina, los militantes kirchneristas a veces le otorgan otro uso. Inverso, acaso. Dicen, como el piquetero Emilio Pérsico, que cualquier chispa puede incendiar la pradera cuando está seca. Pérsico afirma que eso se respira cuando recorre el Conurbano. Y que la pradera, en efecto, está demasiado seca por el impacto de la crisis. No parece una metáfora feliz.

Massa se propondría regarla, pero está por verse si tendrá el efecto de un baldazo de agua o de nafta: sus medidas disminuirán la recaudación y aumentarán el gasto y se traducirá en un déficit fiscal mayor. Hay quienes creen que el déficit fiscal primario cerrará 2023 al doble que el que se le prometió al FMI, que quedó establecido en 1.9% del PBI. Un cóctel que para muchos economistas podría derivar en un no tan lento camino hacia la hiperinflación. Ni hablar si a Unión por la Patria le fuera mal el 22 de octubre. ¿Con qué autoridad podría defender Massa su modelo al otro día? ¿Qué pasaría con el dólar oficial, que Massa ancló en 365,50 pesos hasta octubre? ¿Y si los mercados volvieran a sacudirse?

La pelea de Massa con el libertario (que sigue con sus entrevistas con el círculo rojo: la última fue con el empresario Alejandro Bulgheroni) pasó a ocupar el centro de las discusiones. En la particular lectura que hacen quienes trabajan con el tigrense, Massa entrará a la segunda vuelta junto al economista. Como ocurre con el lanzamiento del nuevo paquete de medidas, no hay lugar para incrédulos. Ni para los que no estén dispuestos a celebrar ironías: “Hay que sostener a Patricia para que no se siga cayendo”, se escucha en algunas reuniones. En el kirchnerismo, como se ve, todavía hay espacio para el ocio. Hasta que se contaron los votos de las Primarias decían cosas parecidas, pero con la diferencia de que entonces, supuestamente, había que sostener a Milei. Algunos que escuchan la humorada piden cautela y advierten: “No jodamos. Ya nos comimos una curva importante, a ver si ahora nos matamos”.

En el texto sobre cómo confrontar en público con Milei trabajan un asesor norteamericano y otro brasileño. Ambos estudiaron antes los espejos de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Los asesores recomiendan debatir sus ideas “desde lo concreto y no desde lo abstracto”. Proponen que ni Massa ni el resto de los candidatos hablen de derechos ni de grandes cuestiones de Estado, sino de asuntos que podrían interesar a la gente de a pie; por ejemplo, que un “vecino” cuente qué implicaría la libre portación de armas o que otro se refiera a la posible desaparición de las salitas de atención de salud de los barrios o que alguien se pregunte cuánto costaría un tratamiento oncológico si se privatizara la salud pública.

Existe un hilo invisible que une al massimo con el comando de campaña de Juntos por el Cambio. La necesidad de buscar un nuevo relato para enfrentar a La Libertad Avanza. El desafío incluyó un viaje a España de Joaquín de la Torre, eventual ministro de Bullrich, y de un colaborador de Derek Hampton, el asesor estratégico de Juntos. Los enviados estuvieron tres días en Madrid para estudiar el fenómeno del partido Vox. Mantuvieron distintas entrevistas para interiorizarse sobre cómo hizo el Partido Popular para no ser devorado por la extrema derecha que representa Vox.

Buscarán traspolar algunos ejemplos. Esto es: medirán mejor qué decir, cómo decirlo y qué callar ante propuestas extremas que no harían más que agigantar la figura de Milei en un sector del electorado que está harto de los políticos. También en esto los bullrichistas coinciden con los asesores massistas. Cuando Milei ataca a “la casta” y “la casta” se defiende, en general, el rédito mayor se lo lleva el libertario. El factor miedo, como instalar que Milei representa un salto al vacío, también está bajo deliberación. La visión mayoritaria es que el ciudadano tiene más miedo por el presente que por lo que podría venir.

Los estrategas, como bien se sabe, no hacen milagros. Una cosa es orientar la campaña y, otra, la realidad. Bullrich debe lidiar con el fantasma de que sus propios votantes, los más fanáticos, ven coincidencias con Milei y podrían estar analizando qué conviene más: si volver a apostar por ella o saltar a la boleta de los libertarios ahora que se saben que Milei es una opción real. Quienes ven a Bullrich todos los días comentan que recién en los últimos días recobró la calma: “Estuvo un mes escuchando a cien personas que le decían lo que tenía que hacer. Volvió a ser ella”.

El segundo dilema de la ex ministra pasa por aglutinar a quienes eligieron en las PASO a Horacio Rodríguez Larreta. ¿Eso implica alguna oferta concreta para el jefe de Gobierno? Por ahora no la hubo, pese a que Larreta se mostró dispuesto a colaborar y hasta hizo un discurso de unidad que fue elogiado por Mauricio Macri.

La realidad de Massa es más compleja. La suba de los alimentos es apabullante. Fuentes del mercado alimenticio aconsejan prestar atención a los canastos que hay en la línea de cajas de los grandes hipermercados. Mucha gente, a la hora de pagar, pregunta: “¿Cuánto va?”. Y, cuando el cajero dice el importe, los clientes, sorprendidos, optan por hacer devoluciones y dejar mercadería en los canastos. Se entiende: los alimentos subieron 15,6% en agosto y la canasta básica saltó al 17%. En los comercios de cercanía, donde compran los sectores más vulnerables, los precios son, en promedio, 30% más altos que en las cadenas más conocidas.

Las subas de agosto marcaron 12,4% y llevaron la inflación interanual al 124,4%. La cifra convirtió a la Argentina en el tercer país con más inflación del mundo, después de Venezuela y el Líbano. Se trata del impacto más alto desde febrero de 1991. Para poder dimensionarlo: cuando se dio aquel registro aún faltaban cinco años para que Massa le propusiera a Malena Galmarini salir a tomar algo por primera vez.

Al ministro de Economía, que había prometido una inflación cercana al 3% para marzo pasado, le fallaron hasta los pronósticos más pesimistas. Hoy triplica aquel número y acumula 139,9% desde la renuncia de Martín Guzmán. Tampoco existen los milagros para frenar una suba tan alta. La gestión Massa, cuando su conductor se despida del Palacio de Hacienda, habrá triplicado el 53,8% que dejó Mauricio Macri en 2019. Eso, claro, si no surge ninguna otra sorpresa de mal gusto después del domingo 22 de octubre.

“Si la inflación fuera del 25% el país estallaría por los aires”, dijo Cristina Kirchner en la Universidad de Georgetown, Estados Unidos, el 26 de septiembre de 2012. Es importante aclarar, dadas las circunstancias, que la entonces Presidenta hablaba del 25 % como inflación anual. La vice es la más preocupada por la suba de precios y por el deterioro de los salarios, que, a su juicio, explican por qué el peronismo quedó tercero por primera vez en una elección presidencial. Y explica, también, por qué está desaparecida de la escena pública. La última vez que se mostró con Massa fue en un avión de Aerolíneas Argentinas, donde ambos simulaban ser pilotos. Los dos reían. Se cumplen justo hoy dos meses de aquella foto.

El diálogo privado, sin embargo, continúa. Hablan, en promedio, tres veces por día. Ella está más que inquieta. Teme, como bien dijo en el pasado -y admite ahora frente a un nuevo récord inflacionario- que todo pueda estallar antes de que la cuarta administración kirchnerista deje el poder. Si le faltaban malas noticias a la jefa del kirchnerismo -y, en verdad, a la Argentina- la Justicia de Estados Unidos dejó firme el fallo de YPF y el Estado deberá pagar 16 mil millones de dólares por haber hecho mal la expropiación de la petrolera, en 2012.

Cristina y Axel Kicillof, autores de aquella maniobra, recibieron un nuevo mazazo. El gobernador, aspirante a la reelección y el kirchnerista que mejor quedó parado en las PASO, pareció tomar distancia de su mentora en los últimos días. Aunque se mantiene al teléfono con ella, habló de interpretar una nueva música, con nuevos intérpretes. Como si quisiera adelantarse al postcristinismo. Máximo Kirchner y La Cámpora se alzaron. El hijo de la vicepresidenta dijo barbaridades de él en privado y volvió a reprochar que no haya sido el candidato a presidente del espacio. Lo acusa de egoísta. Kicillof prefiere no contestarle nunca. Por ahora. Si los resultados del 22 de octubre fueran los que él cree tendría más tiempo para empezar a pensar, más frío, en la venganza.

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